No conozco a un solo diseñador que no acabe adquiriendo una cierta fama de quisquilloso y cascarrabias. Es un caparazón, un escudo que el creativo que trabaja por encargo acaba fabricándose para protegerse del entorno adverso en el desempeña su labor creativa. El ataque continuo y persistente de los «críticos» (aquellos supuestos creativos frustrados que tienen alguna idea interesante alguna vez en su vida pero carecen de talento ni ingenio para llevarla a cabo, por lo que, en realidad, no son nada) y que, corroídos por la envidia, arremeten contra las obras ejecutadas de los diseñadores.
Es de esa nube de personas tóxicas, llamados críticos, de quienes más hay que protegerse y, qué mejor manera, o quizás la única que exista, que endureciendo tu carácter, defendiendo tu obra con agresividad, como una leona defiende a su recién parida camada, y, sobretodo, refugiándose bajo esa armadura que nos proporciona el hecho de ser quisquilloso y cascarrabias.
Pero no sólo de críticos está repleto el extraño paraje en el que convive el diseñador; hay otra especie hostil que, sin llegar a denominarse crítico, también atacan con la misma dureza y frustración: el que «sólo» opina. Este es, de lejos, el espécimen más peligroso al que el diseñador ha de enfrentarse.
Aquellos que tras destrozar, mutilar y quemar los restos sobrantes de una obra creativa, se lavan las manos diciendo que «sólo opinaban«. Como si la palabra «opinión» los liberara de toda responsabilidad, de toda maldad y de todo ingenio inverso anti-constructivo y destructor.
No hablo de coartar la libertad de expresión; no hablo de prohibir que se opine ni mucho menos. Hablo del daño que producen aquellos que camuflan su perversidad en falsos comentarios «inocentes«, en esas «opiniones» que en realidad y a efectos prácticos, son críticas o, peor aún, son órdenes. (Dejando a un lado que, en cualquier caso, toda opinión o juicio emitido, sea positivo o negativo, siempre corromperá la pureza de una creación).
Quizás en este punto deberíamos definir y entender bien qué es una opinión según la Real Academa de la Lengua Española: «juicio o concepto en que se tiene a alguien o algo«. Es decir, no pasa de ser un dictamen de uso personal, que puedes hacer público o reservártelo para ti mismo, pero que en ningún caso implica o no debería implicar ninguna acción posterior. Aquél que opina sólo debe limitarse a eso: a ejercer su libertad para expresar lo que la obra de un creativo le parece en concepto y/o forma.
Las opiniones no deberían crear una reacción. Cuando aquél que opina lanza su «opinión» con una «orden» camuflada detrás y espera una reacción por parte del diseñador o creativo sobre cuya obra opina, entonces, realmente, no está opinando, sino que está «influyendo directamente» sobre el diseñador y esperando un nuevo resultado en base a esos cambios comentados en la supuesta «opinión«. Es decir, pasamos a hablar de una acción que olvida su neutralidad para pasar a esperar una reacción, un efecto. Todo el mundo puede opinar, faltaría más, pero sin pretender con ello cambiar las cosas. Las opiniones no tienen un «resultado».
Esa distinción entre «opinión» y «orden» parece estar muy difusa en las mentes de quienes formulan y hacen público un concepto sobre la valoración o impresión que la obra del diseñador les ha producido. Son más peligrosos que los críticos, puesto que, además de corromper la creatividad ejecutada y destruirla, esperan ejercer una influencia en el diseñador con sus «opiniones» para que éste re-modele su creación. Eso no es opinar; eso es, (según, una vez más, la Real Academia) un «Mandato que se debe obedecer, observar y ejecutar«, es decir, una «orden«.
Aquí quedan descritas dos de las especies más peligrosas del mundo del diseñador o de cualquier otro creativo: los críticos y los que opinan buscando cambiar algo pero quedar públicamente indemnes (lo que se suele llamar de muchas formas: tirar la piedra y esconder la mano, salir de «rositas», lavarse las manos, etc).
Así que la próxima vez que os encontréis ante la actitud quisquillosa y cascarrabias de un diseñador, probablemente podréis comprenderlo un poco mejor: sólo está sobreviviendo.
Aïssa López Larsson