¿Qué es la inteligencia? ¿Es inteligente quién más cultura aglutina? ¿Es inteligente quien tiene la actitud más óptima para cada situación? ¿Óptima en base a qué? ¿A sus propios intereses personales o a los intereses del grupo?
Comencemos aclarando algo para poder centrarnos en lo verdaderamente importante: la inteligencia no puede ser representada en un grado técnico ni es el resultado de una medición científica; no es una nota de examen ni un conjunto de títulos académicos. Todo eso es lo que nos han vendido durante años y la forma que la ciencia y el mundo en general tiene de catalogar y clasificar a las personas que poseen mayor concentración de ese algo inexplicable, enigmático e incontrolable que es la inteligencia.
La inteligencia no se puede medir con tests de CI o con aplicaciones de entrenamiento cerebral. Porque no se puede explicar con palabras. No puede ser transmitida ni enseñada. No puede ser reproducida ni plagiada. Es algo puro, misterioso, sagrado, individual y único que no se manifiesta en todas las personas. Es algo tan extraño y complejo que puede aparecer sorpresivamente, y desaparecer. No se posee siempre ni para siempre. A veces hace actos de presencia más continuos, y a veces se niega a dar la cara. Y quienes aprenden a domarla, como se amansa a una fiera, consiguen retenerla durante mucho tiempo, o por lapsos intermitentes más frecuentes. Incluso este ejercicio de adiestramiento de la inteligencia requiere que el individuo sea más inteligente que otros. Porque todo el mundo no es igual de inteligente. Los hay más listos y más torpes. Los hay tan cobardemente tontos que ven venir de lejos el destello de la inteligencia y ni siquiera hacen nada para aprovecharla o retenerla. Probablemente esos sean los torpes pesimistas.
Tampoco confundamos la inteligencia con la cultura. ¿Quién escribe libros interesantes? ¿El inteligente o el culto? ¿O ambas cosas? ¿Quizás pensemos que escribe libros quien más cultura tiene? ¿Acaso escribir es una cuestión de cultura?
Escribir una novela de ciencia ficción o de fantasía o de terror es una cuestión meramente creativa. Escribir una novela en un marco histórico o político, o un suceso basados en hechos reales sobre secuestro de un personaje, es una cuestión de cultura y talento narrativo. Escribir un ensayo, en cualquier campo, es una demostración pura de inteligencia. Y puede escribir un ensayo cualquiera aunque no tenga esa cultura. Pero aun así, ninguno de los libros de los ejemplos anteriores expuestos, destacaría sobre el resto ni captaría la atención de la crítica, si no hubieran sido conducidos y plasmados de una forma inteligente. Esto origina sentimientos enfermizos en muchas personas, y por eso hay quienes confunden deliberadamente, por envidia. No soportan la mayor demostración de inteligencia en el otro y entonces dicen “que sea muy culto no quiere decir que sea inteligente”. Es una confusión malvada, dañina, tóxica, para sepultar el mayor nivel de inteligencia de la otra persona.
He viajado mucho a Marruecos, durante muchos años, integrándome con familias tradicionales en hogares, a veces, extremadamente humildes. Y en esos lugares he conocido a gente muy inculta, sin formación alguna, y sin embargo, con una increíble y extraordinaria inteligencia, mucho más de la que encuentro en muchos de mis amigos más formados y cultos. Es cuando más percibes el peligro y el daño de las confusiones. No confundamos.
Ahora que sabemos lo que no es la inteligencia, entonces… ¿qué es?
La inteligencia es una cuestión de actitud. Y actitud es una cuestión de sensibilidad. Ser inteligente te lleva a ser más sensible, y tener mayor sensibilidad te lleva a comprender mejor cada situación y cada estado para gestionarlos mejor. La inteligencia hiperestesia la sensibilidad —valga la redundancia— y hace uso de ella para captar una mayor cantidad de datos con los que jugar. La inteligencia es un increíble estado de auto-consciencia. Es ser extremadamente conscientes no sólo de nosotros mismos, sino de una situación y de las posibilidades de ésta. En resumen: ser inteligente es la combinación de tener una consciencia —no confundamos con conciencia— muy desarrollada y una sensibilidad llevada al extremo.
Especificar, aclarar, ver con nitidez, escribir con los ojos cerrados. Es una cuestión de claridad interior. Cuando sabes lo que haces, lo que quieres decir aunque ni tú mismo lo entiendas a veces, aparece una convicción lúcida y absoluta en el centro de tu mente que te hace transmitirlo sin mirar y sin hablar. Lo visualizas en tu interior y lo proyectas con tu actitud. La inteligencia se manifiesta entonces con independencia del sujeto, de la edad, de la cultura, de la raza y la nacionalidad; con independencia de todo. Es como el numen de un artista: es un golpe de inspiración. La inteligencia es algo que surge, que impera en el individuo y se pronuncia, lo conduce y lo hace ser de una forma determinada. Ser inteligente es cuestionarlo todo, enfocarlo desde tu propio prisma tallado con tu actitud. Es ser autodidacta, a pesar de lo mucho que hayas podido aprender o leer. Es ser tu propio profesor particular al que le exiges más que a ningún otro.
En definitiva, la inteligencia es cómo actúes en la vida, cómo te comportes en cada situación y ante cada problema. No es el qué, sino el cómo: cómo lo resolviste, cómo lo hiciste, cómo te comportaste, cómo te expresaste, cómo sentiste, cómo amaste o cómo diseñaste. Cómo. Cómo. Cómo.
Es un instante de clarividencia que te inunda y te gobierna. Es una realidad para ti solo que no puede ser compartida. Es un padecimiento individual. Porque ser muy inteligente en una sociedad donde abunda la estulticia se ha convertido en una desgracia, y, como todo infortunio, produce dolor. Y en el mundo civilizado, eso que llaman el primer mundo, abunda esa cochambre del pensamiento ajena a toda actitud mínimamente inteligente.
Aïssa López Larsson
26 de Enero de 2016